miércoles, 21 de enero de 2009

LA GRIEGA

Vimos a una mujer morena construir el acantilado.
No más de un segundo, como alanceada por el sol. Como
los párpados heridos del dios, el niño premeditado
de nuestra playa infinita. La griega, la griega,
repetían las putas del Mediterráneo, la brisa
magistral: la que se autodirige, como una falange
de estatuas de mármol, veteadas de sangre y voluntad,
como un plan diabólico y risueño sostenido por el cielo
y por tus ojos. Renegada de las ciudades y de la República.
cuando crea que todo está perdido a tus ojos me fiaré.
cuando la derrota compasiva nos convenza de lo inútil
que es seguir luchando, a tus ojos me fiaré.
Roberto Bolaño



LISA

Cuando Lisa me dijo que había hecho el amor
con otro, en la vida cabina telefónica de aquel
almacén de la Tepeyac, creí que el mundo
se acababa para mí. Un tipo alto y flaco y
con el pelo largo y una verga larga que no esperó
más de una cita para penetrarla hasta el fondo.
No es algo serio, dijo ella, pero es
la mejor manera de sacarte de mi vida.
Parménides García Saldaña tenía el pelo largo y hubiera
podido ser el amante de Lisa, pero algunos
años después supe que había muerto en una clínica psiquiátrica
o que se había suicidado. Lisa ya no quería
acostarse más con perdedores. A veces sueño
con ella y la veo feliz y fría en un México
diseñado por Lovecraft. Escuchamos música
(Canned Heat, uno de los grupos preferidos
de Parménides García Saldaña) y luego hicimos
el amor tres veces. La primera se vino dentro de mí,
la segunda se vino en mi boca y la tercera, apenas un hilo
de agua, un corto hilo de pescar, entre mis pechos. Y todo
en dos horas, dijo Lisa. Las dos peores horas de mi vida,
dije desde el otro lado del teléfono.
Roberto Bolaño.

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