sábado, 29 de diciembre de 2007

E LUCEVAN LE STELLE


Y brillaban las estrellas
y olía la tierra...
chirriaba la puerta del huerto
y unos pasos hacían florecer la arena...
Entraba ella fragante
y caía entre mis brazos...
¡Oh dulces besos, lánguidas caricias!
Mientras yo estremecido
las bellas formas iba desvelando...
Para siempre desvanecido
mi sueño de amor...
Ese tiempo ha acabado...
¡y voy a morir desesperado!
y voy a morir desesperado...
¡Y jamás he amado tanto la vida! ¡tanto la vida!

Escena Segunda del acto III de Tosca, de G.Puccini.

EL CARCELERO:
¿Mario Cavaradossi? (Mario asiente. El carcelero da una pluma al sargento) Tomad.(El sargento firma el registro,después sale con los soldados ydesciende por la escalera) (A Cavaradossi) Os queda una hora. Si necesitáis un sacerdote...
CAVARADOSSI: No; pero os pido una última gracia.
EL CARCELERO: Si puedo...
CAVARADOSSI: Dejo en el mundo a una persona querida. Consentid que le escriba unas palabras.(Quitándose del dedo un anillo) El único resto de mi riqueza es este anillo. Si me prometéis entregarle mi último adiós el anillo es vuestro...
EL CARCELERO: (Titubea un poco; luego, acepta y, señalándole que se siente a la mesa, va a sentarse sobre el banco) Escribid...
CAVARADOSSI: (Permanece pensativo, después, se pone a escribir pero, después de algunas líneas, le invaden los recuerdos, y cesa de escribir) (pensando)

Aquí va la parte en rojo, en la voz de Carlo Bergonzi.

(Rompe en sollozos y se coge la cabeza entre las manos. De la escalera viene Spoletta acompañado por el sargento y seguido de Tosca. El sargento lleva una linterna. Spoletta indica a Tosca dónde se encuentra Cavaradossi; luego con el carcelero y el sargento baja, no sin antes indicar a un centinela que vigile al prisionero.)

El libreto, http://www.terra.es/personal/ealmagro/tosca/acto1.htm
Resumen, http://www.operamania.com/sinopsis/tosca_gp.htm

martes, 11 de diciembre de 2007

EL AMENAZADO.



Es el amor.
Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes:
el ejercicio de las letras,
la vaga erudición,
el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad,
las galerías de la biblioteca,
las cosas comunes,
los hábitos,
el joven amor de mi madre,
la sombra militar de mis muertos,
la noche intemporal,
el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente,
ya el hombre se levanta a la voz del ave,
ya se han oscurecido los que miran por las ventanas,
pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz,
la espera y la memoria,
el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías,
con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Jorge Luis Borges.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Rayuela, capítulo 54, extracto


En el pabellón de la izquierda se apagó la luz de la farmacia. Talita salió al patio, cerró con llave (se la veía muy bien a la luz del cielo estrellado y caliente) y se acercó indecisa a la fuente. Oliveira le silbó bajito, pero Talita siguió mirando el chorro de agua, y hasta acercó un dedo experimental y lo mantuvo un momento en el agua. Después cruzó el patio, pisoteando sin orden la rayuela, y desapareció debajo de la ventana de Oliveira. Todo había sido un poco como en las pinturas de Leonora Carrington, la noche con Talita y la rayuela, un entrecruzamiento de líneas ignorándose, un chorrito de agua en una fuente. Cuando la figura de rosa salió de alguna parte y se acercó lentamente a la rayuela, sin atreverse a pisarla, Oliveira comprendió que todo volvía al orden, que necesariamente la figura de rosa elegiría una piedra plana de las muchas que el 8 amontonaba al borde del cantero, y que la Maga, porque era la Maga, doblaría la pierna izquierda y con la punta del zapato proyectaría el tejo a la primera casilla de la rayuela. Desde lo alto veía el pelo de la Maga, la curva de los hombros y cómo levantaba a medias los brazos para mantener el equilibrio, mientras con pequeños saltos entraba en la primera casilla, impulsaba el tejo hasta la segunda (y Oliveira tembló un poco porque el tejo había estado a punto de salirse de la rayuela, una irregularidad de las baldosas lo detuvo exactamente en el límite de la segunda casilla), entraba livianamente y se quedaba un segundo inmóvil, como un flamenco rosa en la penumbra, antes de acercar poco a poco el pie al tejo, calculando la distancia para hacerlo pasar a la tercera casilla.


Talita alzó la cabeza y vio a Oliveira en la ventana. Tardó en reconocerlo, y entretanto se balanceaba en una pierna, como sosteniéndose en el aire con las manos. Mirándola con un desencanto irónico, Oliveira reconoció su error, vio que el rosa no era rosa, que Talita llevaba una blusa de un gris ceniciento y una pollera probablemente blanca. Todo se (por así decirlo) explicaba: Talita había entrado y vuelto a salir, atraída por la rayuela, y esa ruptura de un segundo entre el pasaje y la reaparición había bastado para engañarlo como aquella otra noche en la proa del barco, como a lo mejor tantas otras noches. Contesto apenas al ademán de Talita, que ahora bajaba la cabeza concentrándose, calculaba, y el tejo salía con fuerza de la segunda casilla y entraba en la tercera, enderezándose, echando a rodar de perfil, saliéndose de la rayuela, una o dos baldosas fuera de la rayuela.

— Tenés que entrenarte más -dijo Oliveira- si le querés ganar al 8.


—¿Qué hacés ahí?— Calor. Guardia a las once y media. Correspondencia.


— Ah -dijo Talita-. Qué noche.


— Mágica -dijo Oliveira, y Talita se rió brevemente antes de desaparecer bajo la puerta. Oliveira la oyó subir la escalera, pasar frente a su puerta (pero a lo mejor estaba subiendo en el ascensor), llegar al tercer piso. «Admití que se parece bastante», pensó. «Con eso y ser un cretino todo se explica al pelo.» Pero lo mismo se quedó mirando un rato el patio, la rayuela desierta, como para convencerse. A las once y diez vino Traveler a buscarlo y le pasó el parte. El 5 bastante inquieto, avisarle a Ovejero si se ponía molesto; los demás dormían.

Julio Cortázar.

Portrait of the late Mrs Partridge, by Leonora Carrington. 1947

martes, 30 de octubre de 2007

IN L. CATILINAM.



ORATIO PRIMA
Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? nihilne te nocturnum praesidium Palatii, nihil urbis vigiliae, nihil timor populi, nihil concursus bonorum omnium, nihil hic munitissimus habendi senatus locus, nihil horum ora vultusque moverunt? patere tua consilia non sentis, constrictam iam horum omnium scientia teneri coniurationem tuam non vides? quid proxima, quid superiore nocte egeris, ubi fueris, quos convocaveris, quid consilii ceperis, quem nostrum ignorare arbitraris? O tempora, o mores!

¿Hasta cuando, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia? ¿Cuánto tiempo todavía ese furor tuyo nos burlará? ¿Hasta qué límite llegará, en su jactancia, tu desenfrenada audacia? ¿Es que no te han impresionado nada, ni la guardia nocturna del Palatino ni las patrullas vigilantes de la ciudad ni el temor del pueblo ni la afluencia de todos los buenos ciudadanos ni este bien defendido lugar -donde se reúne el senado- ni las miradas expresivas de los presentes? ¿No te das cuenta que tus planes se han descubierto? ¿No ves que tu conjuración es ya sofocada por el conocimiento de todos éstos? lo que hiciste anoche, antenoche, dónde estabas, a los que convocaste, qué decisiones tomaron, ¿quién de nosotros crees que lo ignora? ¡Oh tiempos, oh costumbres!

Ya se que el video es mas largo, pero lo que quería decir llega hasta acá, así increpo Cicerón a Catilina al descubrir su conjura ante el senado.


miércoles, 3 de octubre de 2007

La Belle Dame Sans Merci (La Bella Dama sin piedad )


¡Oh caballero! ¿Qué te aqueja,
vagando solo y pálido?
Marchitóse en el lago la hierba
y no cantan los pájaros.
-
¡Oh caballero! ¿Qué te aqueja,
tan hosco y dolorido?
Colmado está el granero de la ardilla
y la cosecha en casa.
-
Veo un lirio en tu frente
con relente de angustia y rocío de fiebre.
y, enferma, en tus mejillas una rosa
que pronto ha de secarse.
-
Hallé una dama en los prados,
-hija de un hada- muy hermosa.
Era largo su pelo y era veloz su pie
y su mirar salvaje.


Le tejí una guirnalda, que puse en su cabeza
le tejí brazaletes y ceñidor fragante,
en mí fijó sus ojos, como una enamorada,
y gimió dulcemente.


En mi manso corcel la senté entonces
y no ví ya otra cosa en todo el día,
pues se inclinaba, entonando
una canción de hadas.

Encontró para mí raíces exquisitas
y miel silvestre y maná de rocío.
y en una extraña lengua me dijo muy segura.
"¡De verdad que te quiero!"

A su gruta de elfos me condujo
y allí echóse a llorar y dio un suspiro,
y allí con besos le cerré los ojos
tan salvajes y tristes.
-
Y allí me durmió ella con sus leves canciones
y allí soñé, ¡qué desventura!
Tuve el último sueño que soñara
en la ladera fría.
-
Vi a reyes pálidos y a príncipes,
a pálidos guerreros con palidez de muerte,
y clamaban: "¡La dama sin entrañas
te tiene ya cautivo!"
Vi en las tinieblas sus hambrientos labios,
para darme el aviso terrible, muy abiertos:
y me hallé al despertar,
en la ladera fría.
-
He aquí por qué vivo
vagando en estas tierras solo y pálido,
aunque en el lago seca esté la hierba
y no canten los pájaros.



John Keats, aquí traducido por M.Manent.


Todas las pinturas prerrafaelistas que aparecen acá, a excepción de la primera, fueron inspiradas por este poema del romanticismo británico.








sábado, 29 de septiembre de 2007

Orfeo y Eurídice


Cuentan las leyendas que, en la época en que dioses y seres fabulosos poblaban la Tierra, vivía en Grecia un joven llamado Orfeo, que solía entonar hermosísimos cantos acompañado por su lira. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba, las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones maravillosos.


Un día en que Orfeo se encontraba en el corazón del bosque tañendo su lira, descubrió entre las ramas de un lejano arbusto a una joven ninfa que, medio oculta, escuchaba embelesada. Orfeo dejó a un lado su lira y se acercó a contemplar a aquel ser cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro.

-Hermosa ninfa de los bosques -dijo Orfeo-, si mi música es de tu agrado, abandona tu escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde lira tiene que decirte.


La joven ninfa, llamada Eurídice, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a Orfeo y se sentó junto a él. Entonces Orfeo compuso para ella la más bella canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques. Y pocos días después se celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre Orfeo y Eurídice.


La felicidad y el amor llenaban los días de la joven pareja. Pero los hados, que todo lo truecan, vinieron a cruzarse en su camino. Y una mañana en que Eurídice paseaba por un verde prado, una serpiente vino a morder el delicado talón de la ninfa, depositando en él la semilla de la muerte. Así fue como Eurídice murió apenas unos meses después de haber celebrado sus bodas.


Al enterarse de la muerte de su amada, Orfeo cayó presa de la desesperación. Lleno de dolor, decidió descender a las profundidades infernales para suplicar a los dioses de las tinieblas que permitieran a Eurídice volver a la vida.


Aunque el camino hasta los infiernos era largo y estaba lleno de dificultades, Orfeo consiguió llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y tan melodioso que conmovió al mismísimo Carón el barquero encargado de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.
Orfeo atravesó en la barca de Carón las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Y una vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante Plutón, dios de las profundidades infernales, y, acompañado de su lira, pronunció estas palabras:

-¡Oh, señor de las tinieblas! Heme aquí, en vuestros dominios, para suplicaros que resucitéis a mi esposa Eurídice y me permitáis llevarla conmigo. Yo os prometo que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar.






La música y las palabras de Orfeo eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar el corazón de Plutón, quien, por un instante, sintió que sus ojos se le humedecían.


-Joven Orfeo -dijo Plutón-, hasta aquí habían llegado noticias de la excelencia de tu música; pero nunca hasta tu llegada se habían escuchado en este lugar sones tan turbadores como los que se desprenden de tu lira. Por eso, te concedo el don que solicitas, aunque con una condición.


-¡Oh, poderoso Plutón! -exclamó Orfeo-. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de recuperar a mi amadísima esposa.


-Pues bien -continuó Plutón-, tu adorada Eurídice seguirá tus pasos hasta que hayáis abandonado el reino de las tinieblas. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre.

-Así se hará -aseguró el músico.

Y Orfeo inició el camino de vuelta hacia el mundo de la luz.


J-B-Camille Corot, Orphée ramenant Eurydice des enfers (1861)

Durante largo tiempo Orfeo caminó por sombríos senderos y oscuros caminos habitados por la penumbra. En sus oídos retumbaba el silencio. Ni el más leve ruido delataba la proximidad de su amada, lo cual le llenaba de inquietud. Y en su cabeza resonaban las palabras de Plutón: «Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre».


Por fin, Orfeo divisó la laguna. Allí estaba Carón con su barca y, al otro lado, la vida y la felicidad en compañía de Eurídice. ¿O acaso Eurídice no estaba allí y sólo se trataba de un sueño? Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese mismo momento, vio como su amada se convertía en una columna de humo que él trató inútilmente de apresar entre sus brazos mientras gritaba preso de la desesperación:

-Eurídice, Eurídice... (Aeternum vale, supremun vale), Adiós para siempre, adiós supremo.


Orfeo lloró y suplicó perdón a los dioses por su falta de confianza, pero sólo el silencio respondió a sus súplicas. Y, según cuentan las leyendas, Orfeo, triste y lleno de dolor, se retiró a un monte donde pasó el resto de su vida sin más compañía que su lira y las fieras que se acercaban a escuchar los melancólicos cantos compuestos en recuerdo de su amada.



Mito griego, esta versión, que no se de quién es, esta basada en la metamorfosis de Ovidio.

La más aceptada versión de la muerte de Orfeo es que fue destrozado por las Bacantes, por celos a causa de que fiel a su amor por Eurídice no quería tratarse con ninguna.

"Hay muchas imágenes de este motivo. Pero lo que nos conmueve del cuadro de Lévy no es la violencia de las Bacantes, ni las alimañas que muerden a Orfeo, sino el negro abismo de desesperanza en el que se sumergen sus ojos, y en los que casi podemos ver el último cabello de Eurídice antes de perderse entre la niebla".
José Oliver.




Las Bacantes arrojaron los pedazos de Orfeo junto a su lira al agua. Los trozos llegaron a Lesbos donde se les dio sepultura y de ella a veces salía el sonido de una lira.




Jean Delville, Orfeo.
Incluso sin saber el título del cuadro, su potente simbolismo nos indica cuanto necesitamos: la lira nos indica que la cabeza pertenece a un músico. Músicos decapitados cuya cabeza fuera arrojada a las aguas, sólo conocemos uno: Orfeo tras ser desmembrado por las Bacantes. La serenidad del rostro tras asesinato tan violento —uno de los detalles más tristes de esa pintura— nos hablan de la paz, casi del deseo de muerte de Orfeo tras perder a Eurídice.




Tras su muerte, su lira fue transportada al cielo y quedó transformada en constelación. Su alma pasó a los Campos Elíseos donde continuó cantando para deleite de los bienaventurados.









viernes, 7 de septiembre de 2007

PERDÓN




Perdón por todas las veces que te dije que te amaba
porque no era cierto
tampoco lo era cuando te dije que me gustaría compartir la vida contigo
ni menos cuando
implorando tu regreso
te dije que no podía vivir sin ti


Perdón por el olvido
porque hay días que ni siquiera me acuerdo de tu nombre
de tu voz, de tus ojos, de tus manos pequeñas que cabían en las mías
del lunar junto a tu boca
de aquella sonrisa que no veré mas


Perdón por mi indiferencia
porque como dijiste una vez
la última
soy incapaz de amar a nadie


Y sobretodo perdón por esto
por la imperiosa necesidad de decirte
que te amo todavía.






domingo, 2 de septiembre de 2007

LOS AMOROSOS



Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre "¡qué bueno!" han de estar solos.



Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.




Los amorosos salen de sus cuevas


temblorosos, hambrientos,

a cazar fantasmas.

Se ríen de las gentes que lo saben todo,

de las que aman a perpetuidad, verídicamente,

de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.



Los amorosos juegan a coger el agua,

a tatuar el humo, a no irse.

Juegan el largo, el triste juego del amor.

Nadie ha de resignarse. Dicen que nadie ha de resignarse.

Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,

la muerte les fermenta detrás de los ojos,

y ellos caminan, lloran hasta la madrugada

en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,

a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,

a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida

Y se van llorando, llorando la hermosa vida.

JAIME SABINES.

viernes, 24 de agosto de 2007

Espantapájaros



No se,

me importa un pito que las mujeres


tengan los senos como magnolias


o como pasas de higo;


un cutis de durazno o de papel de lija.


Le doy una importancia igual a cero,


al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco


o con un aliento insecticida.


Soy perfectamente capaz de soportarles


una nariz que sacaría el primer premio


en una exposición de zanahorias;

¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible

- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.


Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!







Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,


tan locamente, de María Luisa.


¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?


¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo


y sus miradas de pronóstico reservado?


¡María Luisa era una verdadera pluma!


Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,


volaba del comedor a la despensa.


Volando me preparaba el baño, la camisa.


Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...


¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,


de algún paseo por los alrededores!


Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.





"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,

ya me abrazaba con sus piernas de pluma,


para llevarme, volando, a cualquier parte.


Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia

que nos aproximaba al paraíso;


durante horas enteras nos anidábamos en una nube,


como dos ángeles, y de repente,


en tirabuzón, en hoja muerta,


el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,


aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!









¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...


la de pasarse las noches de un solo vuelo!


Después de conocer una mujer etérea,


¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?

¿Verdad que no hay diferencia sustancial


entre vivir con una vaca o con una mujer


que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?


Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender


la seducción de una mujer pedestre,


y por más empeño que ponga en concebirlo,


no me es posible ni tan siquiera imaginar


que pueda hacerse el amor más que volando.

Oliverio Girondo.


martes, 14 de agosto de 2007

EL OCASO DE UN IMPERIO

Dibujo por Alejandro Goldzycher

“¿Es un imperio esa luz que se apaga, o una luciérnaga?” J. L. Borges

domingo, 5 de agosto de 2007


En mi alma hay una pena muy profunda
porque te amo, te necesito
y te me escapas cual mariposa entre las flores
atisbo la felicidad cuando creo estar apunto de atraparte
cuando me doy cuenta que soy alérgico a casi todas las flores (*)
menos a ti
porque tu eres mi felicidad, mi mariposa que se llama felicidad
que vuela, huye y se ríe de mi
detente, deja de jugar, pósate en una flor
para que pueda contemplarte y decirte que te amo
pero entonces dices que estas ocupada
que te tienes que ir
que no me crees
te alejas volando y te llevas la belleza del mundo
se mueren las flores en tu ausencia
y mi amor y mis ojos emocionados
solo son para una fría hoja de papel
porque hoy voló mi mariposa
y se llevo mi alegría.

* aclaración, tengo 16 alergias :)

viernes, 3 de agosto de 2007

UN EXTRACTO.

Un extracto de mi carta
quisiera inscribir en el registro de tu corazón
pero solo consta en autos
la sentencia inapelable de mi desventura
con tus críticas injustas, no ajustadas a derecho
llenas de prejuicios positivistas
¿por que no aceptas que por derecho natural has sido mía desde siempre?
no me condenes a la incerteza
porque mi amor es imprescriptible
no me prives de tu sonrisa
porque es mi único bien inembargable
irrenunciable, aunque me lo pidas tú.



Te ruego acoger favorablemente este escrito
porque mi amor esta consagrado en los anales de mi alma
y es solo uno, indivisible
efectivamente tuyo, sin limitaciones ni gravámenes
no es un incidente
es una cuestión de fondo
tus caderas de forma
y en mis manos...
la resolución de hacerte mía para siempre
porque tu eres mi causa
mi objeto y mi voluntad
y sin ti
la inexistencia.




miércoles, 1 de agosto de 2007


Un poema,
Unas palabras que suenan bonito
a tu cuerpo bonito
Sentimientos lacerados
a tu alma lacerante
Una suplica infinita
con ribetes humillantes
Un instante de silencio
que espero rompas con un suspiro
Una banalidad indigna
de tus ojos profundos
Un gigante descalzo
que clama por su madre bajo la lluvia
Una verdad a cuestas
como una cruz





Una cima
casi tan alta como tu frente
Un abismo interminable
del que sin embargo se distinguen tus pies
Un motivo para sufrir
o para creer que soy feliz
Una pobre añoranza de mi amor
Un poema de mi poema
de mi pena
de mi felicidad que tiene tu nombre
que te necesita tanto...
casi tanto como yo



Es tan fácil releer estas líneas
y sentir que frivolizo mi amor
Pero cuando las leas tú
Estas palabras pequeñas
con tus ojos grandes
Estas ideas oscuras
con tus ojos claros
Se abrirán para ti
Y te dirán que te amo
en un instante de eternidad.






viernes, 27 de julio de 2007

Estrellas caídas de la cúpula celeste
en medio de mariposas albinas y otras pigmeas
resaltaban tu nariz en el circulo lunar
mientras en la constelación de Orión
se moría de pena la conciencia
porque a una completa vuelta al mundo de distancia
estabas tú
cariátide de mi templo




















musa de mi Parnaso






















diosa de mi Olimpo




















entonces comprendí
entre otras cosas
tu forma de decir adiós.