sábado, 29 de septiembre de 2007

Orfeo y Eurídice


Cuentan las leyendas que, en la época en que dioses y seres fabulosos poblaban la Tierra, vivía en Grecia un joven llamado Orfeo, que solía entonar hermosísimos cantos acompañado por su lira. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba, las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones maravillosos.


Un día en que Orfeo se encontraba en el corazón del bosque tañendo su lira, descubrió entre las ramas de un lejano arbusto a una joven ninfa que, medio oculta, escuchaba embelesada. Orfeo dejó a un lado su lira y se acercó a contemplar a aquel ser cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro.

-Hermosa ninfa de los bosques -dijo Orfeo-, si mi música es de tu agrado, abandona tu escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde lira tiene que decirte.


La joven ninfa, llamada Eurídice, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a Orfeo y se sentó junto a él. Entonces Orfeo compuso para ella la más bella canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques. Y pocos días después se celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre Orfeo y Eurídice.


La felicidad y el amor llenaban los días de la joven pareja. Pero los hados, que todo lo truecan, vinieron a cruzarse en su camino. Y una mañana en que Eurídice paseaba por un verde prado, una serpiente vino a morder el delicado talón de la ninfa, depositando en él la semilla de la muerte. Así fue como Eurídice murió apenas unos meses después de haber celebrado sus bodas.


Al enterarse de la muerte de su amada, Orfeo cayó presa de la desesperación. Lleno de dolor, decidió descender a las profundidades infernales para suplicar a los dioses de las tinieblas que permitieran a Eurídice volver a la vida.


Aunque el camino hasta los infiernos era largo y estaba lleno de dificultades, Orfeo consiguió llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y tan melodioso que conmovió al mismísimo Carón el barquero encargado de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.
Orfeo atravesó en la barca de Carón las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Y una vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante Plutón, dios de las profundidades infernales, y, acompañado de su lira, pronunció estas palabras:

-¡Oh, señor de las tinieblas! Heme aquí, en vuestros dominios, para suplicaros que resucitéis a mi esposa Eurídice y me permitáis llevarla conmigo. Yo os prometo que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar.






La música y las palabras de Orfeo eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar el corazón de Plutón, quien, por un instante, sintió que sus ojos se le humedecían.


-Joven Orfeo -dijo Plutón-, hasta aquí habían llegado noticias de la excelencia de tu música; pero nunca hasta tu llegada se habían escuchado en este lugar sones tan turbadores como los que se desprenden de tu lira. Por eso, te concedo el don que solicitas, aunque con una condición.


-¡Oh, poderoso Plutón! -exclamó Orfeo-. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de recuperar a mi amadísima esposa.


-Pues bien -continuó Plutón-, tu adorada Eurídice seguirá tus pasos hasta que hayáis abandonado el reino de las tinieblas. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre.

-Así se hará -aseguró el músico.

Y Orfeo inició el camino de vuelta hacia el mundo de la luz.


J-B-Camille Corot, Orphée ramenant Eurydice des enfers (1861)

Durante largo tiempo Orfeo caminó por sombríos senderos y oscuros caminos habitados por la penumbra. En sus oídos retumbaba el silencio. Ni el más leve ruido delataba la proximidad de su amada, lo cual le llenaba de inquietud. Y en su cabeza resonaban las palabras de Plutón: «Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre».


Por fin, Orfeo divisó la laguna. Allí estaba Carón con su barca y, al otro lado, la vida y la felicidad en compañía de Eurídice. ¿O acaso Eurídice no estaba allí y sólo se trataba de un sueño? Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese mismo momento, vio como su amada se convertía en una columna de humo que él trató inútilmente de apresar entre sus brazos mientras gritaba preso de la desesperación:

-Eurídice, Eurídice... (Aeternum vale, supremun vale), Adiós para siempre, adiós supremo.


Orfeo lloró y suplicó perdón a los dioses por su falta de confianza, pero sólo el silencio respondió a sus súplicas. Y, según cuentan las leyendas, Orfeo, triste y lleno de dolor, se retiró a un monte donde pasó el resto de su vida sin más compañía que su lira y las fieras que se acercaban a escuchar los melancólicos cantos compuestos en recuerdo de su amada.



Mito griego, esta versión, que no se de quién es, esta basada en la metamorfosis de Ovidio.

La más aceptada versión de la muerte de Orfeo es que fue destrozado por las Bacantes, por celos a causa de que fiel a su amor por Eurídice no quería tratarse con ninguna.

"Hay muchas imágenes de este motivo. Pero lo que nos conmueve del cuadro de Lévy no es la violencia de las Bacantes, ni las alimañas que muerden a Orfeo, sino el negro abismo de desesperanza en el que se sumergen sus ojos, y en los que casi podemos ver el último cabello de Eurídice antes de perderse entre la niebla".
José Oliver.




Las Bacantes arrojaron los pedazos de Orfeo junto a su lira al agua. Los trozos llegaron a Lesbos donde se les dio sepultura y de ella a veces salía el sonido de una lira.




Jean Delville, Orfeo.
Incluso sin saber el título del cuadro, su potente simbolismo nos indica cuanto necesitamos: la lira nos indica que la cabeza pertenece a un músico. Músicos decapitados cuya cabeza fuera arrojada a las aguas, sólo conocemos uno: Orfeo tras ser desmembrado por las Bacantes. La serenidad del rostro tras asesinato tan violento —uno de los detalles más tristes de esa pintura— nos hablan de la paz, casi del deseo de muerte de Orfeo tras perder a Eurídice.




Tras su muerte, su lira fue transportada al cielo y quedó transformada en constelación. Su alma pasó a los Campos Elíseos donde continuó cantando para deleite de los bienaventurados.









viernes, 7 de septiembre de 2007

PERDÓN




Perdón por todas las veces que te dije que te amaba
porque no era cierto
tampoco lo era cuando te dije que me gustaría compartir la vida contigo
ni menos cuando
implorando tu regreso
te dije que no podía vivir sin ti


Perdón por el olvido
porque hay días que ni siquiera me acuerdo de tu nombre
de tu voz, de tus ojos, de tus manos pequeñas que cabían en las mías
del lunar junto a tu boca
de aquella sonrisa que no veré mas


Perdón por mi indiferencia
porque como dijiste una vez
la última
soy incapaz de amar a nadie


Y sobretodo perdón por esto
por la imperiosa necesidad de decirte
que te amo todavía.






domingo, 2 de septiembre de 2007

LOS AMOROSOS



Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre "¡qué bueno!" han de estar solos.



Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.




Los amorosos salen de sus cuevas


temblorosos, hambrientos,

a cazar fantasmas.

Se ríen de las gentes que lo saben todo,

de las que aman a perpetuidad, verídicamente,

de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.



Los amorosos juegan a coger el agua,

a tatuar el humo, a no irse.

Juegan el largo, el triste juego del amor.

Nadie ha de resignarse. Dicen que nadie ha de resignarse.

Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,

la muerte les fermenta detrás de los ojos,

y ellos caminan, lloran hasta la madrugada

en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,

a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,

a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida

Y se van llorando, llorando la hermosa vida.

JAIME SABINES.